Brest Crêperie: un trocito de Bretaña en Valladolid

Todo empezó con un viaje.
Carmen enseñaba español en Nantes y Saint-Nazaire. Vicente, con años de oficio entre fogones, la acompañó. Y allí, entre paseos y mercados, descubrieron las creperías bretonas. Donde el trigo sarraceno y la mantequilla tiñen la cocina de aroma tostado, las galettes se doblan al calor justo y la sidra se bebe en cuencos, como dicta la costumbre.
Esa imagen quedó grabada. Y ahora, años después, la traen a Valladolid.
Galettes auténticas, crêpes como los de Bretaña, y una carta entera sin gluten, pensada para que cualquiera pueda sentarse a la mesa sin preocuparse.
Por eso se llaman Brest.
Porque no es solo un nombre, es un homenaje.
A esa ciudad bretona donde todo empezó.
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La Chandeleur: cuando el crêpe se convierte en ritual
En Francia, cada 2 de febrero no se mira al calendario. Se mira a la sartén.
Es el día de La Chandeleur, una tradición con siglos de historia donde las velas iluminan la casa y los crêpes llenan la mesa. No es solo un postre ni un capricho. Es un gesto cargado de simbolismo: dar la vuelta al crêpe en el aire es dar la vuelta al invierno, despedir la oscuridad y celebrar la llegada de la luz.
Dicen que si consigues girarlo sin que se rompa, la suerte está de tu lado todo el año.
Y si lo haces con una moneda en la otra mano, mejor aún. Porque así, la prosperidad también está servida.
En Brest Crêperie no esperamos a febrero.
Aquí cada crêpe es una excusa para volver a esa tradición: mesa compartida, recetas heredadas y ese momento en el que el crêpe toma forma en la plancha, dorado y redondo, como un pequeño sol.

Crêpes: una historia sencilla, como su receta

En la Bretaña de hace siglos, la mesa era un reflejo de la tierra: austera, honesta, sin adornos.
El trigo común no crecía bien en esos suelos duros, pero tras las Cruzadas llegó el trigo sarraceno. Los campesinos bretones lo adoptaron enseguida. Era resistente, fácil de cultivar y llenaba el estómago. Así nacieron las galettes, una receta humilde: harina de alforfón, agua, sal y una plancha de hierro al fuego. Nada más.
Se rellenaban con lo que hubiera a mano. Huevo, queso, un poco de mantequilla. Era comida de campo, de supervivencia, pero también de encuentro. Porque siempre había alguien al otro lado de la mesa.
El crêpe dulce apareció siglos después, cuando el comercio trajo harina de trigo blanco a las casas y el lujo de lo extraordinario llegó a las cocinas rurales. En el siglo XIX, los crêpes ya eran parte de las fiestas, de las tardes especiales, de los días en los que se celebra sin razón aparente. Porque sí.
Hoy seguimos ese mismo gesto.
En Brest Crêperie, cada galette y cada crêpe son un homenaje a esa historia: a las manos que amasan, a la paciencia de esperar el punto justo, al momento en que la masa se dora y el tiempo parece detenerse.
No es un plato. Es un ritual que lleva siglos repitiéndose.
Y aquí, en Valladolid, lo seguimos haciendo igual.
Pero… ¿de dónde vienen los crêpes?
Con el paso del tiempo, la tradición evolucionó y la mesa se llenó de deliciosos crêpes. Se cree que fue entre los campesinos donde nació la costumbre de prepararlos este día, como símbolo de buena fortuna y abundancia para las futuras cosechas. El crêpe, redondo y dorado como el sol, evocaba el retorno de la luz y el final del invierno. Además, se aprovechaba la harina restante de la temporada anterior: una forma sabrosa y simbólica de cerrar un ciclo y dar la bienvenida al nuevo.
Incluso existía un curioso ritual: cocinar un crêpe con una moneda en la mano, lanzarlo al aire con la otra ¡y lograr que cayera entero en la sartén! Quien lo conseguía, aseguraba riqueza y felicidad para todo el año.
Hoy en día, la Chandeleur sigue viva en los hogares franceses, donde amigos y familias se reúnen para preparar crêpes dulces y salados, compartiendo momentos llenos de sabor y tradición.
En nuestra crêperie queremos rendir homenaje a esta bella costumbre todo el año. Porque para nosotros, cada crêpe es una celebración de la historia, la cultura y el placer de compartir.